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NÉMESIS PORCINA
Claudio Albertani
El Distrito
Federal, la ciudad-monstruo, se convirtió en ciudad-fantasma. El
ejército patrulla las calles. Las escuelas están cerradas, los bares,
los cines y los museos también, mientras que los restaurantes sólo
proporcionan alimentos para llevar. Usualmente atiborradas de coches,
las grandes avenidas se encuentran semivacías. Los raros transeúntes
lucen máscaras faciales que otorgan al ambiente un toque surreal y
apocalíptico que evoca las pesadillas metálicas del cine expresionista.
Michel Foucault
llamaba biopoder el conjunto de mecanismos por los cuales los rasgos
biológicos esenciales de los seres humanos se vuelven blanco de
estrategias de poder. Ante la transformación de la vida en
objeto administrable, los mecanismos en cuestión no se limitan a los
tradicionales dispositivos disciplinarios, sino que se relacionan con
políticas de seguridad que atañen a poblaciones enteras.
Una panoplia de
medidas legales, decretos, reglamentos, circulares que permiten
implantar mecanismos securitarios cada vez más sofisticados invade
nuestras existencia con el pretexto de preservar nuestra salud. Sin
embargo, el proceso se va agotando. Después de transformar en mercancía
todos los bienes -incluyendo el agua que tomamos y el aire que
respiramos-, el capitalismo se estrella contra barreras no tanto
cuantitativas (como creen algunos), sino más bien cualitativas: el
movimiento de dominación sobre la naturaleza ya no se domina a sí mismo.
El problema de
la destrucción del ambiente natural y de las perturbaciones que
introducen los agentes químicos y los productos de la industria en
nuestro quehacer cotidiano es mucho más grave de los que nos imaginamos.
La catástrofe atañe incluso la posibilidad de preservar al planeta:
ríos, mares y bosques agonizan; especies vegetales y animales
desaparecen por docenas; montañas de hielo se derriten a causa de gases
mortíferos; moléculas enfermas contaminan nuestra comida.
Es así, me
parece, como hay que abordar la más reciente de esas catástrofes que,
nos dicen, amenaza al mundo entero: la influenza porcina, pesadilla
genética engendrada, al parecer, por
algún criadero industrial.
He aquí los hechos. El 23 de abril de 2009, por la mañana, el secretario
de salud del gobierno mexicano, José
Ángel Córdova Villalobos, informó que se habían detectado algunos casos
de infección, pero que eran " habituales". Hacia las 11 de la noche, sin
embargo, anunció una medida sin precedente: la suspensión de las clases
en toda la zona metropolitana del valle de México. El lunes 27, la
suspensión de clases ya se había extendido a toda la república. El
martes, Córdova anunció que un total de 159 personas murieron en México
y que 2498 contrajeron la enfermedad de las cuales 1311 permanecen
hospitalizadas. El miércoles rectificó: sólo se confirmaban 8 de los 159
fallecimientos.
El mismo día, después de precisar que prefería omitir
los datos que había proporcionado en precedencia -"para no causar
confusión" (¡!)-, notificó
la suspensión de las
actividades en la administración pública entre el 1 el 5 de mayo, una
medida de modesto alcance pues de todas formas son días vacacionales.
Mientras tanto,
nos dicen que en tan sólo una semana la influenza porcina se desarrolló
en diez países. El 27 de abril falleció en Texas un bebé de 18 meses
(mexicano). Además de Nueva York, California y el sur de los Estados
Unidos se reportan casos en Canadá, Costa Rica, España, Reino Unido,
Israel, Nueva Zelanda y Australia, entre otros países. El 28, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) eleva la alerta pandémica del nivel 3 al
4 y luego al 5 en una escala
de 6... El pánico cunde en
el mundo entero.
¿De dónde
proviene la enfermedad? Nadie
lo sabe a ciencia cierta y raramente se proporcionan nombres y apellidos
de las personas fallecidas o entrevistas con sus familiares. Una primera
versión, persistentemente desmentida, ubica el foco de infección en La
Gloria, municipio de Perote, Veracruz, que desde hace meses se encuentra
en el epicentro de una misteriosa epidemia.
Nubes de moscas
se desprenden de una laguna fétida en donde la empresa Granjas Carroll
-propiedad de Smithfield
Farms, gigante transnacional porcino
con un largo historial negro- arroja toneladas de desechos fecales. Entre
diciembre y 2008 y marzo de este año, más de 500 personas han
sido tratadas por enfermedades respiratorias que se convierten en
infecciones neumológicas.
Según un
reportaje del periódico Milenio (13
de abril), todos los que se han atrevido a denunciar la contaminación de
Granjas Carroll, han sido objeto de espionaje y acoso por parte de la
empresa. Y puesto que en el mundo al revés las víctimas son siempre
culpables, el diputado local por Perote, Joel Arcos Roldán,
responsabiliza a los pobladores de propagar la infección “por utilizar
remedios caseros”.
Provoca hilaridad que los agroexportadores exijan cambiar el nombre de
influenza porcina a influenza mexicana pues se dicen perjudicados por la
plaga. Por su parte, GRAIN, una Ong consagrada al estudio de la
biodiversidad y la agricultura sustentable, informa: “Las condiciones
insalubres y de hacinamiento de los criaderos hacen posible que con
mucha facilidad el virus se recombine y desarrolle nuevas formas. Una
vez que esto ocurre, el carácter centralizado de la industria garantiza
que la enfermedad se disemine a lo largo y ancho, ya sea por las heces
fecales, el alimento, el agua, o incluso las botas de los trabajadores” (http://www.grain.org/nfg/?id=643). A
esto es necesario añadir que las industrias porcinas suelen criar
también pollos, lo cual, evidentemente, estimula las mutaciones virales.
Otras fuentes juran que el
virus de la influenza porcina apareció por primera vez en Estados
Unidos. Con base en el
testimonio de científicos norteamericanos, el sitioinfowars.com afirma
que la influenza porcina fue cultivada en laboratorio.
¿Una vacuna
malograda? Es posible, si consideramos las múltiples triquiñuelas que
acostumbran las industrias farmacéuticas. De paso, es útil recordar que las
vacunas son enormemente rentables para quienes las producen, pero
¿previenen las enfermedades?Esta pregunta nunca ha sido contestada de
manera satisfactoria. Tampoco se conocen a cabalidad sus efectos
iatrogénicos.
Así las cosas, estremece
enterarse de que la empresa farmacéutica Sanofi Aventis,fabricante de
vacunas contra la influenza, donará
236,000 dosis a México como “apoyo” al control de la enfermedad.
Desde París, Jean-Philippe
Derenne, director del hospital Pitié-Salpêtrière y
autor del libroPandemia, la gran amenaza, nos asegura que estamos
ante una llamarada o bien en el comienzo de una catástrofe de
proporciones mayores (Liberation, 28 de abril). Añade que las
máscaras faciales son completamente inútiles: ya sea el virus las
penetra sin problemas o se mete por los lados… Por mi parte pregunto:
¿por qué nadie informa qué hacer con las máscaras usadas? ¿No son focos
de infección?
“Epidemia
mundial de tamiflu”, titula Liberation,
en alusión al frenesí por el medicamento antiviral que comercializan los
laboratorios Roche que, de paso, vieron sus acciones subir un 4.6 por
ciento en un solo día, algo nada desdeñable en esto tiempos de crisis. Roche
adquirió la patente a la
empresa estadounidense Gilead Sciences, presidida entre 1997 y 2001 por
Donald Rumsfeld, el ex ministro de Defensa del gobierno de George W.
Bush.
En México, el ejército resguarda un millón 400 mil tratamientos
antivirales en el Campo Militar Número Uno. Una sola compañía, la
distribuidora San Pablo, compró todo lo que había en el mercado y lo
está entregando en los hospitales privados. Cabe añadir que
uno de los pocos casos dados a conocer públicamente, el de Edgar
Hernández, niño de cinco años oriundo de la Gloria, ha sido tratado
satisfactoriamente con antibióticos y paracetamol.
Toda esta
información altamente contradictoria no puede atribuirse a una
conspiración. Llegó el momento en que, al igual que la aceleración
consumidora de tiempo, la educación cretinizante, la información
desorientadora y la medicina que produce enfermedad, las políticas
públicas se vuelven patógenas y paralizan la acción autónoma de las
personas. Iván Illich, uno de los grandes críticos de la sociedad
industrial, detectó este fenómeno con precisión hace más de tres
décadas. Le llamó contraproductividad específica.
¿Cuál es la
situación real? Según el doctor Pablo González Casanova Henríquez,
epidemiólogo con años d experiencia en África y América Latina, “el
peligro es serio, pero hay una enorme manipulación tanto a nivel
nacional como internacional. La Organización Mundial de la Salud, por
ejemplo, en lugar de insistir en el tema de la prevención se limita a
recomendar el medicamento antiviral Tamiflu, es decir habla de
negocios…”
Salta a la vista, por otro lado, el alcance liberticida de las medidas
que toma el gobierno
mexicano: ingresar sin orden de cateo a todo tipo de local o casa
habitación; aislar a personas sospechosas de padecer la enfermedad;
inspeccionar pasajeros portadores potenciales del virus, prohibir
congregaciones de personas...
El pánico,
todos lo sabemos, es un arma excelente en manos del poder, Es necesario,
en primer lugar, armarse de una buena dosis de suspicacia, escaparse
al bombardeo (des) informativo. “El cuidado higiénico es fundamental”,
añade el doctor González Casanova. “No solamente lavarse las manos, sino
también la cara y la nariz antes de acostarse. Y evitar los lugares
multitudinarios”.
A largo plazo,
tenemos que cambiar nuestros hábitos alimenticios. En este principio de
milenio, comer es un acto político y las grandes compañías nos están
asesinando por el estómago. Boicoteemos las transnacionales de la
muerte. No comamos carne. Ni de cerdo, ni de res, ni de pescado, mucho
menos de pollo que es de las más contaminadas.
Podemos comprar
alimentos a personas conocidas si vivimos en el campo o crear
cooperativas de consumo inteligente si vivimos en la ciudad. Comer sano
es caro, pero la comida chatarra es más cara todavía si tomamos en
cuenta su escaso valor nutricional y los daños que nos ocasiona.
En Rebelión
en la granja, pesadilla literaria sobre un futuro que nos está
alcanzando, George Orwell describe como el poder transformó a los cerdos
de sencillos “camaradas” en dictadores despiadados. No permitamos que la
profecía se convierta en realidad.
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